miércoles, 5 de agosto de 2020

Microcosmos en forma de microfútbol (primera parte)




¡Olé, olé, olé, 
Olé, olé, olé, olá!
¡Olé, olé, olé,
Cada día te quiero más!
¡Soy [insertar nacionalidad],
es un sentimiento,
no puedo parar!


Templo es el estadio, feligresía los hinchas y coro ritual el estremecedor cántico al unísono. Imposible negar que hay aquí algo numinoso.


Mas ¿es el fútbol alegoría, incluso apología, de la guerra? Sí. ¿De la violación? Probablemente. ¿Promotor de violencia? Sin duda alguna. ¿Una mafia? Una mafia. ¿Cortina de humo? Cortina de humo. ¿Popular porque la estupidez es popular? Rara avis es inteligencia, fricción a contrapelo. ¿Es el opio del pueblo? Conviene mantener drogada a la población (esto lo tenemos completamente claro en la CIA; es cosa de manual).


Con todo, el fútbol puede disociarse de El Fútbol, al menos en grados. Fútbol en el campo de concentración, carceleros contra reos, máximo despliegue del poder, el cazador juega con su presa, le da esperanza. Juego macabro. Aun así, el último, quizá el único resquicio donde brilla un destello de eso que creemos es la justicia: once contra once. Once vencidos que, por una vez, podrían vencer al verdugo, encarnado en otros once, esta vez verdaderamente de carne y hueso.


Otra prueba: supe, por cuenta de un gran amigo, que en las divisiones inferiores del fútbol argentino existió un equipo que llevaba por nombre Mártires de Chicago. Mártires de Chicago… Se me aguó el ojo. 😢


El fútbol, entonces, puede dejar de ser El Fútbol, para convertirse, por ejemplo, en el campeonato intercursos de microfútbol de un colegio privado de medio pelo, en que el curso 9A se jugó el alma en la final. 


Tenía 14 años, cursaba el grado noveno; mi curso: 9A. Noveno, grado sumo de efervescencia hormonal, como peces, como lombrices marinas; survival of the featest. ¿Mi estrategia? Unirme a la franja gris, ser gris: calificaciones grises, conducta gris; estar y no estar ahí, sentarme en la mitad, hablar con los de adelante y con los de atrás, hablar un poco de nada, participar en clase una vez, no participar diez veces, participar en clase una vez, no participar diez veces. Sumémosle que hasta me quitaron el nombre, pues ese año llegó al curso otro adolescente, de nombre Andrei; así, pues, mi nombre comenzó a fluctuar entre Andrew y Andrei; en el 50 % de las ocasiones éramos intercambiables. ¡Pero yo no era Andrei, yo era Andrew! ¡Já, y eso lo decía un gris! Al menos Andrei se unió al equipo de microfútbol. Andrew no lo hizo. 


"Claro —dirán—, ¿cómo se iba a unir, si usted ni sabía jugar fútbol?”. Pues sépanse, señores jueces, que me ven de gafas y escritor sin ventas, que sí, sí sabía jugar fútbol, pero en el colegio era un gris y cuando allí me pasaban el balón, el talento me abandonaba, se me escurría. ¡Me hubieran visto en el barrio! Aunque me conocían la finta, casi siempre se la tragaban: recibo en medio campo o tres cuartos de cancha, pase de primera intención al área…pues no, era un engaño, jalo el balón atrás, autohabilitación de taco, cambio de ritmo, aceleración maradoniana, arco o habilitación al compañero (Maradona y Messi no son los más veloces, sino que controlan el cambio de ritmo a su antojo, con aceleración fulminante). El caso es que Andrei, que, a diferencia de Andrew, no se amilanaba cuando se trataba de jugar al fútbol en el colegio, se integró al equipo de microfútbol de 9A. 


El resto del equipo estaba conformado por el “líder negativo”, de que se habló en una entrega anterior, y varios de su séquito, la mayoría repitentes que, probablemente, habían ido a parar a mi colegio porque no los recibieron en otra parte. 


Pese a la expectativa que haya podido crear la referencia žižekiana más arriba (la del fútbol en el campo de concentración and so on), la final del torneo no fue así de hollywoodense: Equipo de profesores vs 9A. No. Si bien el equipo de profesores participó, fue dado de baja rápidamente. ¡Qué manes tan troncos, a lo bien! 


La final enfrentó a mi curso, el de los vagos repitentes drogadictos más Andrei, el provinciano (ah, sí, Andrei no disimulaba su origen en un tiempo en que esto se prestaba para todo tipo de burlas –menos mal que ya todo cambió, especialmente en la educación superior privada, que debemos defender para que haiga democracia)... Decía que la final enfrentó a mi curso con uno de décimo, el de los chachos, el de los chicos y las chicas play (del Sur). 


Y si eran tan play, ¿por qué jugaban un deporte del populacho como el microfútbol?... Porque eran chicos play… del Sur. También jugaban voleibol, y en voleibol nos vencieron —digo ‘nos’ porque, aún no sé por qué, en ese torneo participé incidentalmente (¡claro, tenía que ser preciso cuando perdimos, vida hp!)—; eso sí, nos ganaron con enorme dificultad y polémica, porque ya venían terapiados de la derrota en microfútbol 😈. Pa mí que el profesor que hacía de árbitro les ayudó, porque esa última bola, el último punto, no cayó dentro, fue más por alegadera que se los concedió, y nosotros, simplemente, decidimos dejarlo así. Total que solamente era voleibol. 


Pero en el Sur, querida audiencia, en el Sur, el microfútbol también es El Fútbol… 


Continuará…

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