lunes, 17 de agosto de 2020

Microcosmos en forma de microfútbol (segunda parte)

 

Nota preliminar: no me enorgullezco de los eventos que se narran a continuación, pero la crónica es verídica. Valga recordar que esta serie lleva por título Recuerdos del presidio escolar y que ya se mencionó en otra entrega el experimento de Stanford. 


Habíamos dicho en la pasada entrega que en el Sur el microfútbol también es El Fútbol, y con él vienen…


Las barras bravas

La barra de nuestros rivales, los picados de Décimo, tenía, por allá en los años noventa, una idea mucho más clara que nosotros acerca de que la batalla en el fútbol se libra en dos frentes: la cancha y la tribuna. Los verracos tenían mucho más mundo que nosotros. Llegaron “armados” con tambores, vuvuzelas y cánticos ensayados; nos cogieron, pues, mancados (término de la época que indicaba carencia de patecabra de rigor para defensa personal), en apariencia llevábamos las de perder en la batalla de barras porque solamente teníamos nuestras voces, las palmas y el trillado “¡Con e, con e, con entusiasmo!”. 

Llévabamos las de perder en apariencia y nos sentíamos algo intimidados, pero lo que ni la barra enemiga ni nosotros mismos sabíamos hasta ese punto era que de nuestro lado contábamos con un arma secreta… 


El paisa

No tengo que decir de qué equipo era hincha El paisa. Lo que cuenta para la historia es que este compañero de 9A tenía sobrada experiencia en matoneo de colegio y de estadio. Nos recomendó que dejáramos que la barra enemiga mostrara sus mejores armas, que hiciera su bochinche hasta que decayera. Luego, El paisa puso en marcha su estrategia devastadora: seleccionar víctimas y atacarlas de forma personalizada. Pronto identificó uno a uno a los líderes de la barra enemiga, los fijó en su mira y, llegado el momento oportuno, nos pidió que lo acompañáramos con diferentes cánticos de su inspiración. No eran cánticos ingeniosos, pero, a juzgar por su efecto, fueron completamente certeros.

Que dentro de la barra enemiga había una pelirroja; canten conmigo:

“¡Está rabona la pelirroja, está rabona la pelirroja!” 

Los mismos compañeros de la pelirroja se rieron. Algo nos dijeron de vuelta, pero no surtió efecto alguno; hay que decir que los pobres no tenían tan mala sangre. 

Al paisa le pareció que aún faltaba un poco más para terminar de despacharse a la pelirroja, así que prosiguió, y nosotros con él: 

“¡Teñida, teñida, teñida!”

La “teñida”, la pelirroja, se retiró de la barra y fue a quejarse con los profesores de nuestra falta de fair play

Mientras la pelirroja se ausentó, tomó su lugar una chica que fascinaba a más de uno en el colegio. Esta chica tenía como particularidad que su voz era ronca; esta condición puede ser causada por pólipos, nódulos o granulomas en las cuerdas vocales, según mi búsqueda de dos minutos en google. Bajo su comando la barra de Décimo intentó ripostar, pero sin éxito; acaso nos gritaban que éramos “infantiles” o que no teníamos creatividad. La nueva líder de la barra de Décimo ahora gritaba exaltada; El paisa se regodeaba en su malevolencia: los había desequilibrado. Y, así, esta chica, que era el amor platónico de más de uno de los que estábamos de este lado, fue víctima de un nuevo embate de nuestra barra, pues la guerra es la guerra: 

“¡Voz de tarro, voz de tarro!”

Los profesores no tardaron en intervenir, que por favor, muchachos, que no lleven esto al plano personal, que estamos en una competencia sana… Supimos que habíamos ganado la guerra, rastreramente, sí, pero la habíamos ganado. 

¿Y qué pasaba entretanto en la cancha, con el balón? Se mantenía el empate. De hecho, el empate se mantuvo hasta su definición por penaltis, nuestros muchachos de 9A jugaban muy bien; empatar ya era ganar, pues no recaía sobre ellos la carga de vencer a los “chiquitos”. 


Continuará...

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