miércoles, 5 de agosto de 2020

Desdichado el que llora...



“Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto”, dice Borges, en una de sus salidas tautológicas, que a él le quedan bien porque es Borges, pero, claro, si yo escribo algo así, ahí sí brincan y dicen que no, que paila, que qué bobada, que eso cualquiera lo sabe… Se les agradece la colaboración para sacarme de esta pobreza tan hp... ¡Todo bien!...

V. fue mi compañero recluso en mi segundo año de pena Primaria. V. era “el llorón del curso”. V., “el llorón”. Si empujaban a V., V. lloraba. Si regañaban a V., V. lloraba. Si ignoraban a V., V. lloraba. Si otro recluso despojaba violentamente a V. de sus lápices de colores, V. lloraba. Acudía a la carcelera, anegado en llanto: “¡Profe, profe, me quitaron los colores!”. “¡Ay, no!”, imprecaba la carcelera; luego, como buena experta en pedagogía, llevaba los puños cerrados a sus ojos y, ya completamente entregada al arte mimético, repetía, con voz delgada y entrecortada, mientras movía los puños hacia dentro y hacia afuera: “Profe, profe, me quitaron los colores”. 

Así es: la carcelera *arremedaba a V. Nosotros reíamos. V. lloraba. 

Pero *arremedar al llorón no le funcionaba a la carcelera: V. seguía llorando. Frustrada ante la ineficacia de esta estrategia, la carcelera ideó al fin una “solución final”. Ahora la imagino en la noche, cavilando intensamente ante su calder..., ante sus libros de desarrollo infantil, hasta dar con ese ansiado “¡Eureka!”. 

Al día siguiente, cuando V. rompió en llanto la primera de las veinte veces esperadas en la jornada, la carcelera se precipitó a tomarlo del brazo, lo arrastró a un rincón del salón, y le dijo: 

—¿Va a llorar? Pues llore. ¡Pero llore hasta que las llene! 

Dócil, insignificante, V., se dio a llorar con su cabeza inclinada sobre un par de botellas vacías de gaseosa nacional. 

Me quedé mirando a V.; la escena me pareció terrible: V. se me figuró entonces un modelo perfecto para uno de esos tétricos cuadros de "Los niños que lloran". Si han visto alguno en su vida, estoy seguro de que la imagen saltará en este momento a su mente consciente, trayendo esa atmósfera de miseria insoportable que los caracteriza... El asunto es que esto no era una pintura, sino que era mi compañero de reclusión, ahí... Aunque otros se reían diabólicamente, sentí compasió por V.... Bueno, sentí compasión por un par de minutos, antes de entregarme a alguna monería, defenderme o iniciar alguna agresión. Los niños son tiernos y delicados seres... 

La escena se repitió, recuerdo, por un par de semanas; poco a poco fue perdiendo su efecto traumático, hasta volverse un: 

—¿Dónde está V.?
—Allá, con las botellas... 

Por cierto, nunca las llenó... 

No volví a ver a V. tras el final de ese año de reclusión. 

O tal vez sí, un par de años después, iba con su familia ¡y no estaba llorando! Sin embargo, cuando lo reconocí, pensé: “Ese es V., 'el llorón'”.

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