sábado, 1 de agosto de 2020

Yo televidente en los 90 - Series animadas - # 4 Eek, el gato y la necesidad de aprobación


El tiempo. La percepción del tiempo. Nuestra percepción del tiempo varía con el paso del tiempo mismo. Me atrevo a afirmar que, en la percepción de mis contemporáneos, median algo así como unos ¿quince años? entre la década del 90 y este presente; ni qué decir de la primera década del milenio: una persona nacida en el 2002 —por poner una fecha— ha de tener ahora unos ¿seis años? Quizá esto solamente me pase a mí, aunque haya memes que respalden estas conjeturas temerarias. Como sea, dada la proximidad en el tiempo, en esta temporada dedicada a las series animadas de los años 90 evitaré entrar en detalles de la trama, descripciones de los personajes, etc.; en su lugar, optaré por la concisión y trataré, casi de forma exclusiva, de lo que estos programas de televisión significaron para mí en su momento, qué le revelaron al preadolescente y al adolescente de entonces, qué idearios, ilusiones o patrones de conducta alcanzaron a implantar en su mente en formación. 


# 4 EEK, EL GATO Y LA NECESIDAD DE APROBACIÓN


En su momento, Eek, el gato sumó una dimensión a las conversaciones que tenía con mis compañeros de colegio sobre series animadas: la apreciación estética. 

En la incesante tertulia que sostuve con dos compañeros durante séptimo y octavo, no bastaba con exaltar los eventos de un capítulo de la serie, sino que se debía comentar algo de la técnica de los dibujantes, de los sonidos incidentales, etc. Por ese entonces los tres dibujábamos incansablemente, así que, en cierta forma, hacíamos las veces de evaluadores de los “colegas” que dibujaban a Eek. 

Uno de mis contertulios sabía mucho más de dibujo, lo estudiaba por su cuenta o quizá había tomado cursos (pero eso, lo descubro ahora, prefería mantenerlo en secreto); era él quien conducía la charla y hacía comentarios mucho más elaborados que los míos y los del otro compañero. Por mi parte, fingía ser entendido en el tema, “estar a la altura”, pero no tenía ni puta idea de lo que decía; a mí me gustaba dibujar, aunque nada me saliera como lo concebía en mi mente, todo me resultaba emborronado, “sucio”, feíto, con una línea ultrarreteñida. 

El caso es que Eek, el gato, no era del agrado de la mayoría de nuestros compañeros, de manera que, pese a que yo solamente me mantenía en la fachada, ver y apreciar una serie tan extravagante como esta nos lo parecía entonces, nos permitía darnos aires de sofisticación. En fin, algo como un “protohipsterismo”. 

A mí me gustaba la serie, pero por su modo particular de ser violenta; tenía mucho de alucinante y surrealista, a la par que buscaba complacer cierto sadismo del preadolescente. En ese entonces quería hablar de esos momentos violentos, celebrarlos, decir “ahí se dieron garra”, en lugar de fijarme, por ejemplo, en el desmesurado agudo de la guitarra eléctrica del intro de la serie. ¡No, pues, hasta sabe de música el picado este! Pero ya se había instalado un código en la tertulia y yo pertenecía a ese club, de modo que cada vez que veía un capítulo tenía que fijarme y tomar nota para comentar algo "interesante" al otro día. Esto, lo confieso décadas después, amargó un poco mi experiencia de la serie. 

Paradójicamente, la serie trataba de un personaje que era inmune a la necesidad de aprobación; Eek siempre presentaba con inexplicable orgullo la foto de su novia Anabel al primer desconocido que se le atravesara, y no se inmutaba cuando le respondían invariablemente (con total displicencia): “Ella es tan… tan… tan… ¡gorda!”. En síntesis: no aprendí nada de Eek. 

¿Veían ustedes Eek, el gato? ¿Tenían compañeros que ya desde esa edad pintaban para intelectualoides (o eran ustedes mismos)? ¿Había alguna serie que ustedes veían a esa edad y que creían los diferenciaba de la “plebe”?

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