sábado, 1 de agosto de 2020

Yo televidente en los 90 - Series animadas - # 6 El Capitán Planeta y la consciencia... de ser tercermundista

El tiempo. La percepción del tiempo. Nuestra percepción del tiempo varía con el paso del tiempo mismo. Me atrevo a afirmar que, en la percepción de mis contemporáneos, median algo así como unos ¿quince años? entre la década del 90 y este presente; ni qué decir de la primera década del milenio: una persona nacida en el 2002 —por poner una fecha— ha de tener ahora unos ¿seis años? Quizá esto solamente me pase a mí, aunque haya memes que respalden estas conjeturas temerarias. Como sea, dada la proximidad en el tiempo, en esta temporada dedicada a las series animadas de los años 90 evitaré entrar en detalles de la trama, descripciones de los personajes, etc.; en su lugar, optaré por la concisión y trataré, casi de forma exclusiva, de lo que estos programas de televisión significaron para mí en su momento, qué le revelaron al preadolescente y al adolescente de entonces, qué idearios, ilusiones o patrones de conducta alcanzaron a implantar en su mente en formación. 



# 6 EL CAPITÁN PLANETA Y LA CONSCIENCIA... DE SER TERCERMUNDISTA

¡Agua! ¡Tierra! ¡Fuego! ¡Viento!... 



¿Corazón?... 

¡¿Por qué al suramericano, al personaje que de alguna forma me representaba, le habían dado el poder más chichipato de todos?! ¡Ah, claro, y al gringo sí le daban el fuego, el elemento más vistoso y poderoso!



Algo así pensaba a esa edad, cuando emitieron por primera (¿y única?) vez
El Capitán Planeta. De hecho, como en la serie mencionaban que el origen del planetario con el poder del corazón era el Amazonas, yo, a mis 11 o 12 años, alcanzaba a pensar que el personaje podía ser colombiano, porque creía que el Amazonas era de Colombia en su mayor parte y que Perú y Brasil tenían solamente una pequeña franja. 

Ahora entiendo mejor la intención de quienes decidieron incluir un personaje indígena, situarlo en el Amazonas y darle el poder del corazón, la conexión con la tierra, la facultad de hablar con los animales; evidentemente, el poder del corazón no es, como lo pensaba entonces, ningún poder chichipato, de hecho, hay que reconocer que le dieron un poder interesante, incluso bello. Sin embargo, el planetario suramericano tenía poco protagonismo, como que no servía de a mucho, al menos que yo recuerde; en resumen: no habrá quién me convenza de que esa representación era innegablemente colonialista, aunque un poquito mejor disfrazada que otras de la época… 

La serie El Capitán Planeta, entonces, me terminó de revelar, esta vez en el mundo de los dibujitos, que yo era un tercermundista. ¿Por qué digo que en el mundo de los dibujitos? No sé si mis contemporáneos lo recuerden, pero en los noventa se dio una seguidilla de películas que representaban a Colombia, en especial a Bogotá, como un tierrero desértico o incluso como una selva; aparecían tomas de la selva Centroamericana y el texto de apoyatura decía: BOGOTÁ, COLOMBIA, y unos niños ayudaban a cargar una camioneta de cocaína


La representación que muestra el anime es reciente (esta nota es del 2022), esa nunca me tocó de niño.

Lo que quiero decir es que ese golpe de la representación con la óptica colonialista me lo habían dado antes solamente las películas, no los dibujitos (o yo no lo había advertido), pero con El Capitán Planeta resultó que hasta los dibujitos, mis amados dibujitos me decían: “Tu país, tu realidad y tú mismou son de tercera categouría”. 

Creo que alcancé a discutir esto con mi prima, mi compañera televidente, unos años mayor que yo. Me quejaba con ella de que al “colombiano” le hubieran dado un papel apenas subsidiario. ¡Incluso el africano tenía un mejor poder!, reclamaba yo. Disculpen que mencione algo así, pero a esa edad solamente conocía de África las horrorosas campañas de Unicef y, por tanto, creía que mi país (Bogotá) estaba mejor que África. (El trabajito nos lo estuvieron haciendo bastante bien, ¿no creen?) 

Mi prima, si mal no recuerdo, trató de hacerme ver que el poder del corazón era más valioso de lo que yo creía, y agregó algo como esto: “El gringo siempre arregla todo con la violencia; el indígena tiene un poder que no le hace daño a nadie... Ah, y el Amazonas no solamente queda en Colombia, ¡estudie!”. Una hermosa y profunda reflexión de una niña inteligente y sensible, sin duda... ¡pero yo lo que quería a esa edad era que le metieran candela en forma a ese repugnante Cerdonio! 

Detestaba a Cerdonio y a la Doctora Plaga, que tenía un daño genético en la piel, en la cara; me daban fastidio y, además, me parecían de lo más mediocre como villanos: "¡Oh, queremos contaminar el mar, talar árboles!". ¡No, pues qué miedo!   

La rusa… 
¡Ah, esa rubia me encantaba!...
 


Hmmm ¡Vaya colonización del espíritu! 

Por lo demás, la verdad sea dicha: la serie, aunque la veía por adicto a la televisión, me parecía bastante sosa y no me enseñó nada de ecología. Más me enseñó la traumática campaña que pasaban por ese tiempo en la televisión colombiana, la de “gota a gota el agua se agota”. Esa campaña apocalíptica, madmaxiana, hizo que a esa edad experimentara terror al contemplar la posibilidad de morir de sed; me la pasaba revisando que los grifos estuvieran bien cerrados. 

Obviamente me sé completa la canción del intro, pero no la repetiré. 

¿Qué les dejó a ustedes El Capitán Planeta? ¿De verdad les ayudó a generar algún tipo de consciencia ecológica? ¿Cuál era su planetario favorito? 

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